A mis compañeras y compañeros de la Asamblea Popular de Ciempozuelos y Titulcia, con cariño

La lucidez es la herida más cercana al sol

René Char, Las hojas de hipnos

Con el paso del tiempo, hay momentos políticos y sociales que acaban cobrando una dimensión casi mítica en la memoria. Máxime en un momento de confinamiento como el actual. Dichos momentos se convierten en un símbolo y en una suerte de umbral. Todo aquel que los ha experimentado los recuerda, de manera que terminan interpelándonos como una suerte de rito de paso colectivo. Y si lo hacen así es porque son circunstancias atravesadas por tal intensidad afectiva y política que quedan adheridas a la piel. Como una marca indeleble. Nos hablan de lo que fuimos y de lo que quisimos llegar a ser. También de tareas inconclusas. Enuncian una especie de ruptura que divide la línea del tiempo en un antes y un después, concentrando su energía sobre una fecha: quince de mayo.

Hace nueve años las cosas se salieron de quicio. Algunos lo intuían, otros en absoluto. Pero mucha gente no dejaba de desearlo. Algo tenía que pasar. Y es que en medio de una crisis económica severa, en plena resaca de la burbuja inmobiliaria, varias generaciones se miraron frente al espejo de un presente sin futuro y gritaron basta. Los responsables de la crisis pudieron escuchar el temblor. Los banqueros y los políticos de siempre, muñidores de la ejemplar transición, comenzaron a percibir que dejaban de ser dueños del sentido común. Y los siete candados bajo los que guardaban los consensos sociales se rompieron. Todo aquello fue desafiado. La multitud tomó las calles y las plazas. Hizo suyo el espacio público. La gente se atrevió a hacer política por sí misma.

El 15M fue muchas cosas. Pero ante todo fue una oportunidad colectiva. Generó una atmósfera que dio la vuelta al tiempo ordinario, permitiéndonos cuestionar los gestos tradicionales de la sociedad española y cuestionarnos radicalmente a nosotros mismos. Y son esos los momentos verdaderamente transformadores: los que permiten dialogar con los demás, compartir, exponerse y trazar proyectos en común. Crear comunidad. Se generó una sensibilidad propia -el quincemayismo– que trataba de salir del marco de la política tradicional, que buscaba devolver la palabra a la ciudadanía a través de una práctica democrática radical. La forma política elegida fue la de la asamblea pública. Aquellos enclaves democráticos distaron de ser perfectos, pero abrieron la posibilidad de que átomos que hasta entonces se encontraban dispersos pudieran encontrarse. Y al agregarse formaron un mundo, una constelación singular que quiso imaginar la vida de otra manera.

De asambleas, luchas y culturas

En la práctica, el 15M fueron sus campamentos, asambleas e iniciativas. Los cuales -como sabemos- no murieron cuando se desalojó el Campamento de Sol ni los de los plazas más emblemáticas. Su método fue el de una democracia asamblearia fundada en el consenso, que generaba la apariencia de igualdad en la participación -ideológicamente era lo que se buscaba-, pero que a la hora de la verdad permitía a los militantes más duchos hacer prevalecer sus opiniones y estrategias. Para bien y para mal. Para bien: las asambleas podían caer en un hiper democratismo expresivo, en una catarsis colectiva que no iba más lejos. O en la dispersión y la alegría del encuentro -lo cual tenía su valor a corto plazo, qué duda cabe-. Pero sin orientación política hubiese sido difícil implantar el 15M en pueblos y barrios. E imposible socializar ciertos conocimientos fundamentales para realizar campañas, utilizar la tecno-política de manera efectiva, organizarse mínimamente y saber tomar la temperatura política de las situaciones -por decirlo esquemáticamente-.

La cara negativa de la moneda estaba en la monopolización de la palabra por las mismas personas (o colectivos), en la construcción de autoridades reconocidas cuyas intervenciones acababan teniendo más peso y legitimidad que cualquier otra. Cuestión de capital político, destrezas y experiencia. Podría decirse que esto sucede en cualquier organización comunitaria en la que terminan osificándose roles, jerarquías y divisiones del trabajo. La cuestión es que estábamos ante una democracia de vocación anti-jerárquica y libertaria. Paradojas. Esto supuso en algún momento un freno para el amateurismo político de los primeros compases del 15M -se tocó cierto techo en la inclusión de nuevas personas-. También reveló que no todo el mundo quería ser militante o tenía la posibilidad de militar. Pero propició con sus más y sus menos la cultura política suficiente para un ciclo de movilizaciones que no fue flor de un día. Ni siquiera de una primavera. Supo perdurar años en múltiples luchas e iniciativas -sanidad pública, educación, vivienda-, resistiendo la crisis y dando pasos hacia una sociedad alternativa más democrática y justa socialmente.

Podríamos decir que el 15M supuso también una renovación de la cultura de la izquierda. Permitió que los relatos de diversas generaciones de hombres y mujeres se tejieran, ofreciendo a los más jóvenes un cuestionamiento profundo de lo que se denominó cultura de la transición. O más políticamente Régimen del 78. La historia oral de los mayores, la experiencia militante, el activismo tardofranquista, las manifestaciones contra la OTAN, los partidos marginales de la izquierda radical, los Centros Sociales, el movimiento altermundista, el feminismo… dibujaron una paleta de experiencias históricas que permitían esbozar un relato distinto del oficial. Pero también diferente del de la izquierda tradicional. Todo ello dio forma a una trama que no se identificaba con partidos ni sindicatos, y que reclamaba algo ingenua y vehementemente una sociedad nueva. Otros consensos, otras políticas. Una justicia nueva que rompiera definitivamente con un pasado dictatorial y el gatopardismo de una democracia a medias.

Virtudes y límites

Es difícil no caer en cierto romanticismo al rememorar aquel quince de mayo de 2011. Sobre todo desde el confinamiento: uno quisiera estar entre el gentío, participando en alguna comisión y viendo en los ojos de las personas reunidas, todas cómplices, la posibilidad de algo nuevo, algo radical y vivo. La atmósfera de aquellos meses iniciales dilató el tiempo y modificó los ritmos de la ciudad neoliberal. Los espacios públicos fueron ocupados. Los gestos de consenso o de rechazo inundaban las plazas. Mientras el confinamiento suspende la vida cotidiana como consecuencia del poder del Estado, el 15M hizo valer la potencia de la multitud y logró cuestionar hasta donde pudo las costuras de la sociedad capitalista -generó una suspensión de la cotidinaneidad neoliberal a través de la vida-. Si este es un momento bastante melancólico, porque la distancia física se impone y el miedo y las dificultades económicas hacen mella, el 15M fue un momento alegre y expansivo a pesar de la crisis: allí se forjaron alianzas, amistades e incluso cierta comunidad de pensamiento reconocible hoy. «Aquellas y aquellos que pasaron por el 15M». O mejor a la inversa: aquellas y aquellos que fueron atravesados por él.

El 15M tuvo muchas virtudes y también muchos límites. Aunque estos últimos sólo los descubrimos más tarde. Al principio estábamos demasiado embebidos en el acontecimiento que habíamos contribuido a crear. Pudimos hacer un uso tremendamente creativo de la tecnopolítica, desarrollando una dialéctica entre las redes sociales y las plazas que hasta entonces no había sido probada. Hoy esos usos son moneda común en el repertorio de cualquier activista. Aprendimos a crear infraestructuras militantes con cierta velocidad y soltura, a organizar espacios de resistencia, okupar mejor, intervenir en foros, mirar de frente al enemigo. Imposible olvidar la inteligencia de un movimiento que supo situar el problema de la crisis económica a escala europea, sin excesivas ilusiones sobre la política nacional. Hoy resulta bastante triste comprobar cómo a partir de la emergencia de Podemos la política no ha hecho más que renacionalizarse dentro de las izquierdas oficiales.

Pero también hubo muchos límites. El 15M al final no pasó de ser una tentativa de cultura política. Renovó parcialmente la cultura de la izquierda, que pronto regresaría para enrocarse en sus consabidas formas osificadas bajo el peso de los partidos. Pero no tuvo la suficiente autonomía y capacidad como para perseverar de manera más sólida, para marcar la agenda de lo que años más tarde sería la nueva política, que capitalizaría el descontento popular y utilizaría su sello como marketing. Mucho menos pudo alterar los parámetros de la política oficial más allá de un radio temporal de influencia muy restringido. De hecho, como en una restauración clásica, todas las consignas del «régimen del 78» han regresado. Hasta los Pactos de la Moncloa. En cualquier caso, puede decirse que la imaginación política de las clases medias -mayoritarias en el movimiento- no rebasaron cierto umbral. Tampoco sus prácticas. Hubo quien habló de dos almas en el movimiento. Una que buscaba quizá mejores oportunidades y una regeneración política -probablemente vieron en Podemos y en los nuevos perfiles de la izquierda la conclusión del viaje-, y otra que buscaba una transformación mucho más radical de orden económico y social. Este último alma -al que pertenece sin duda el que escribe- sigue teniendo muchas tareas pendientes.

El 15M tuvo varios eslóganes y proclamas. Una de las más conocidas fue aquella de Vamos despacio porque vamos lejos, socorrida en tiempos de confinamiento. A quienes pasamos por aquel quince de mayo sigue dándonos algo de esperanza, porque aunque que las cosas se tornen difíciles, estas no dejan de moverse subterráneamente -y nosotros, desde nuestros lugares, seguimos contribuyendo a minar una realidad perversa como un famoso Topo-. Tampoco está de más recordar aquello de Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir. Nos hará falta mucha indignación popular contra los guardianes de lo mismo en medio de esta crisis. Pero la más importante, sin duda, la que refleja la toma de conciencia que hizo que las cosas pudieran cambiar un poco -y la que nos recuerda que pueden seguir cambiando-, es aquella pancarta que decía Dormíamos, despertamos. Ahora hibernamos en nuestras casas, en nuestros confinamientos desiguales. Pero tendremos que volver a despertar. Y sí. Sí se puede. Recordadlo.

Mario Espinoza Pino

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